Soy un poeta cuando duermo



















SOY un poeta cuando duermo. Cuando aún no me han agarrado estos brazos sudorosos que me zarandean, me acosan, me quitan las fuerzas para volar, que me vuelven incrédulo, hastiado, real, despierto. Puedo volar por esos aires despejados e incólumes cuando recuerdo y sé que tengo alas, y las muevo, aleteando y elevándome sorprendentemente sobre el denso y cadavérico tizne de petróleo que contamina microscópicamente cada gota de mar, que nos pringa las plumas y nos las deja inútiles, amazacotadas, amputadas, sin apenas dolernos de ello cuando despertamos.

Solo regresando a los sueños de forma estricta y voluntaria cada mañana, o al menos al sorprendente mapa que quedó abierto sobre la mesa tras el viaje olvidado de la noche, puedo alimentar mi espíritu de poeta. Braceando con torpeza en el fango de la vida vigilante, luchando por tomar el aire no contaminado, a veces tan arriba, tan lejos… Pero es un esfuerzo que siempre recibe recompensa. Siempre... Moverse con libertad por el espacio interior de los pensamientos, las emociones, los juegos de palabras, los encuentros inesperados, las ilusiones olvidadas, las misteriosas chispas de luz, sorpresas de sonidos y consonantes que componen formas vivas, gestos que hacen llover finas palabas, presencias deletéreas de rasgos maravillosos, juegos de sonrisas y rugosidades delicadamente ambarinas, o tersas, flamígeros semblantes…

Volver cada día, con el esfuerzo del poeta, a recuperar del fondo de los sueños la eterna poesía.