Soy un payaso gordo y seboso

SOY  un payaso gordo, fofo y seboso. Sudo por todos los poros de mi cuerpo cuando me río, y mi risa hace temblar los adornos de las estanterías, los aparadores, los platos sobre la mesa. Camino tropezando con todo, derribando sillas, lámparas, cortinas, paragüeros: soy torpe y desmañado y con estos enormes zapatones nunca he sabido medir mis pasos.
Mis guantes rojos y rotos, pringosos, tampoco ayudan mucho: se me caen las cosas de las manos, vasos, perfumes, un jarrón con flores, un reloj de cuco, el globo terráqueo. ¿Por qué se empeñan en dármelo todo, vamos a ver, si saben que acaba cayéndoseme de las manos?
También destrozo corazones. Sin saberlo, claro. Mi risa atronadora y mi torpeza al hablar pasan como una apisonadora por encima de los más frágiles sentimientos. Boberías que siempre me dejan perplejo, al fin y al cabo.
¿Y cuando lloro? Cuando lloro soy como una fuente iluminada. Las lágrimas salen disparadas de mis ojos como surtidores y forman charquitos salados en el suelo, que retumba bajo mis puñetazos de rabia y mis enormes pataletas. La gente se ríe al verme. Deben de creer que soy feliz dando rienda suelta a mis más tristes pensamientos, pero la verdad es que mataría al cielo y a la tierra en esos momentos.
Luego suspiro largamente, muy largamente, y si no me da el hipo, con los ojos todavía picantes y llenos de lágrimas, vuelvo a mirar el mundo como lo que es: un inmenso desván lleno de juguetes maravillosos. Y casi no hay tiempo de jugar con todos: apretar todos sus botones, desmontarlos, hacerlos correr por el suelo, botarlos, averiguar a qué saben, montarse en ellos...
Si lloras mucho rato se te pasa el tiempo sin haber jugado a nada, y luego da mucha rabia, ¿a que sí?
Lo que no me gusta nada es que no me dejen jugar con algunas cosas. “Esto no”, dicen algunos que se creen muy mayorzotes. Yo no los hago caso, y si me lo quitan de las manos y se lo quieren quedar para ellos solos, como soy tan grande, se lo quito yo a ellos y juego todo lo que quiera. ¿Qué se habrán creído, los muy estúpidos? ¿Que todo es suyo?
Luego se quejan y lloran: que si les he roto un brazo, que si les he abierto la cabeza, que si esto, que si aquello. O no me vuelven a hablar más. ¿Y a mí que me importa? Ya jugaré con otros. Pues no hay gente en el mundo...
Total, que me lo paso en grande. Y hay muchas personas que me quieren. Dicen que les resulto divertido. A mí me da igual: que me quieran o que se lo pasen bien conmigo. Me importa un pepino.
Y si los demás se aburren, allá ellos. A mí lo que más me gusta es comer (patatas, bombones, yogures, filetes, guisantes, manzanas, caramelos...) y que me dejen jugar tranquilamente.