Soy la piel de una casa deshabitada
SOY la piel de la fachada de una casa deshabitada. Lacerada
por las lluvias, los vientos, las tempestades, aún conservo dentro mi corazón
intacto. Se fueron todos a vivir a otras partes, o tal vez murieron, yo eso
nunca lo supe. Nadie me cuenta nada y yo solo tengo conversaciones con las
nubes, normalmente entre susurros. Aún no se han dado cuenta de que apenas si
las entiendo: oigo menos que una tapia.
Lo cierto es que no me lamento de nada; allá la vida humana
y sus muertes de cada día; allá los sinsabores de las pieles delicadas.
Melancolías aparte, que no digo que no dejen huellas en la más externa de mis
capas –borrones, tachones, arrepentimientos, como los papeles y los lienzos de
los artistas–, solo Dios sabe que lo que realmente yo necesitaría es un buen
rascado. Nada profesional, por supuesto. ¡Si pudiera restregar el lomo de mi
fachada un buen rato contra la iglesia
que tengo enfrente...!
Por lo demás todo lo resisto, incluso las miradas desabridas
de aquellos que pasan y se sienten desasosegados con las cosas viejas y
gastadas: son gente nerviosa e insegura que no creen en absoluto en la
inigualable elegancia del destino. Se ven capaces de decidirlo todo y arramblan
con el exacto ritmo de las cosas, con lo cual casi todo tiene que empezar siempre
desde el principio de nuevo.
¿Que habrán de revocarme? Ya lo sé. No me importa, de veras.
Incluso lo encuentro pertinente. Pero el desprecio no. ¿No sabe el ciudadano de
a pie (y más debiera saberlo el político que manda sobre arquitecturas y
urbanismos) que las cosas inanimadas tenemos sentimientos? Y no es que ello en
sí sea importante: ¿qué más da lo que sienta un montón de piedras? Lo más grave
es que todo se contagia, se irradia, se multiplica por todo.
Esto lo digo para los que solo tienen en cuenta a las personas (y me imagino que bien poco sensibles han de ser, si no saben ser amigos de los objetos inanimados). Mi vida, lo que hay grabado en mi piel, lo que las ventanas de mis ojos han visto suceder, al mundo entero se lo estoy contando cada día. Y el mundo entero claro que me oye. Todo el que me mira sabe, aunque haya nacido antier.
Esto lo digo para los que solo tienen en cuenta a las personas (y me imagino que bien poco sensibles han de ser, si no saben ser amigos de los objetos inanimados). Mi vida, lo que hay grabado en mi piel, lo que las ventanas de mis ojos han visto suceder, al mundo entero se lo estoy contando cada día. Y el mundo entero claro que me oye. Todo el que me mira sabe, aunque haya nacido antier.