Soy un pacifista crispado


SOY un pacifista crispado. No soporto la lucha, la competitividad, la violencia. Hasta tal punto me enervan que tengo que sujetarme para no emprenderla a tortazos con quien la genera, la excita o, indirectamente, la provoca con su torpe inconsciencia. ¿Acaso no ven que con sus palabras supuestamente inocentes, con su gesto en apariencia pacífico y relajado, están tensando el ambiente? Casi todo el mundo vierte con sus comentarios, con su actitud e incluso con sus miradas, altísimas y peligrosísimas dosis de agresividad que habitualmente pasa desapercibida. Pero no para mí. A veces pienso que sólo yo soy capaz de desenmascarar a ese vecino con el que te cruzas en el portal con su «buenos días» plagado de insoportables reproches, de disimuladas reticencias. Es lo que más me encrespa: la hipocresía. La hipocresía es la peor de las violencias.

Por eso yo prefiero abstenerme. No hablar por hablar, sin saber a quién estás agrediendo con tus comentarios en apariencia banales, a quién estás linchando con tus palabras, con el tono de tu voz. Incluso con tu silencio. Ese silencio forzado, torvo, que está casi gritando la rabia que te reconcome las entrañas. Aún destila más violencia, como todos intuimos, el que ni siquiera te saluda al entrar en el ascensor. Ese hijoputa.

Tanto es así, fijaos, que a veces, ni siquiera yo sé cómo comportarme. No puedo aceptar que me quieran tomar por un ser siniestro y retorcido, con la bilis a punto de estallar. ¡Que enorme responsabilidad! Hay que tener consciencia de qué es lo que emites sin saberlo. Hay que filtrar, depurar tu propia agresividad, que no digo que algunas veces no la sienta. Es inevitable, en un mundo como éste, tan fanático y tan salvaje. Por eso, porque lo sé y la combato, es por lo que considero tan valiosa la contribución de personas como yo para lograr un mundo mejor. Nosotros somos los verdaderos pacifistas, los que denunciamos y perseguimos la violencia desde su mismo origen, desde su raíz, desde el emponzoñado «buenos días» o «buenas noches» del “amable” vecino de enfrente, y no esos gilipollas que salen a manifestarse contra las guerras.

Lo que suelo hacer es no decir nada, no expresar nada, y sonreír. El buen humor siempre es de agradecer. Pienso que es sano. A todo el mundo le agrada ver una sonrisa en los labios de su vecino, ¿no? Aunque… por otra parte, hay sonrisas que esconden una violencia brutal, unos deseos de matar terroríficos. En realidad, la mayoría de las sonrisas que te dedica la gente son falsas, están preñadas de agresividad y esconden verdaderos malos instintos. Yo diría que todas.



Junio 2007